domingo, 18 de noviembre de 2012

CUANDO EL INVIERNO ACECHA

          
  Esta mañana, en la terraza, bajo un muy tibio y joven sol de otoño, mientras regaba con mimo mis dos hibiscus hacía esta reflexión: ¿por qué pongo especial esmero en estas dos plantas, de entre las muchas que comparten los espacios de mi casa? ¿Por qué ellas y no otras?.

Será porque presentan su belleza en toda plenitud: jóvenes, vistosas, erguidas, explendorosas,
de hojas turgentes y brillantes.

Cada mañana, visita obligada mientras desayuno, me sorprenden con nuevas flores, y yo casi espero su apertura hora a hora. Porque son luminosas, imponentes, y lucen coquetas su ornamento con el orgullo de ser las más apuestas, las que dominan el jardín.

  Acudo a su reclamo ilusionada, las miro y las admiro, les ahuyento los "bichitos" que osan molestarlas, calmo su sed relativa para que siempre estén hidratadas, incluso les soplo alguna intrusa mota de polvo.

 Y esta reflexión la extrapolo al ser humano; al fin y al cabo, lo más valioso de la creación...

  Nos agrada la piel suave de los niños, su ternura e indefensión, la belleza y plenitud de los jóvenes; no nos importa dedicar nuestro tiempo y nuestro esfuerzo a su cuidado, pero... en la época en que nos ha tocado vivir, en la que no hay cabida para la decrepitud, cuando lo ajado y caduco se desestiman sin ningún género de dudas, ya no nos es placentero ofrecer carantoñas a quienes han alcanzado la edad del deterioro, cuando las líneas del rostro se desdibujan para agrietarse después, cuando se agotan los frutos de las otrora abundantes cosechas.

 Esos cuidados voluntarios se postergan, se distancian...

  Hasta que... nos despojamos del egoísmo y nos vestimos con el traje de la gratitud, y nos afligimos de sólo pensar en lo duro que puede llegar a ser el corazón humano cuando enfriamos los sentimientos... y ya te parecen  hermosos los surcos profundos en el rostro de tus seres queridos, como puede también parecerte bello un escueto y angosto paisaje de invierno, monótono y monocromo.

  Entonces, con la mirada ya más generosa, con la actitud bañada de misericordia, obtenemos la gran recompensa que te ofrece una entrega esforzada.