Dicen
que la luna llena ejerce una gran atracción y un poderoso influjo
sobre los que hemos nacido bajo el signo de cáncer, de la misma
manera que lo hace sobre el MAR... y ambos...me embrujan.
Pues, érase que se era... una noche de estival luna llena, acudí a
la llamada del astro. La cita era en en mar: un baño nocturno.
El
mar me acogió bien, en un principio, aunque no tardó en tornarse
violento y enfurecido.
Sospecho que la luna, sibilina, ideó el plan, y el mar, primitivo y
potente, lo ejecutó.
Esperó a mi despedida... y me impedía salir, me embistió cual
toro de mihura, me arrinconó entre las rocas y se ensañó
conmigo... traicionó mi confianza y me vapuleó hasta despojarme de mis prendas de baño.
Logré salir... con "heridas de guerra", pero victoriosa... y defraudada... no me lo merecía... aún guardo rencor hacia ambos, el mar y la luna llena... aunque, siendo sincera, sé que ya los
he perdonado.
EL MAR Y EL POETA
No ha
respetado la noche,
ni el
fulgor de las estrellas,
ni
siquiera que la luna
luce
brillante y plena.
Profunda
garganta oscura
que
traga cuanto le antoja y vomita lo que sobra,
que
escupe, con rabia, espuma,
la
deposita en la orilla, a la que muerde sin tregua,
extendiéndole
sus garras.
Y le
pregunta el poeta:
¿Por
qué albergar ese odio en tus húmedas entrañas?
¿Por
qué simular despecho sin motivo, sin razón?
Si es
que ocultas en tu lecho algún amante traidor,
no lo
podrás castigar con ardides ni con mañas.
El
mar...
por
toda respuesta, embiste,
como
un poseso golpea, consciente de su bravura,
alzando
su lanza en ristre
y
expulsando su amargura.
Y el
poeta desafía:
¿Acaso
conoces tú los sinsabores y cuitas,
las
angustias y el dolor
que
atacan el alma humana?
¿Acaso
es que tú has sufrido
en el
corazón, desgarros...
y
mordeduras y angustias
que
el hombre, a la vida amarra?
¡No
puedes ni comparar!
¡En
lo tuyo no hay sentir,
sólo
furia primitiva!
No
sabes lo que es amar... ni perder... ni llorar...
¡ni
vivir!
¡ni
morir!
Te
reto a que tú soportes
los
jirones en el alma,
gritos,
llanto, noche y muertes,
que
cielo y tierra separan.
El
mar no admite una réplica
y
sigue bramando hostil,
y
sacudiendo sin tregua
apenas
sin distinguir
si la
voz de quien le habla,
es
amiga o enemiga.
Hondo
el suspiro que lanza el poeta fascinado,
enamorado
del mar,
a
pesar de su fiereza
porque
admira, sin mesura
su
dominio y fortaleza.
Y
así, dócil, con arrobo,
con
dulzura manifiesta,
fruto
de su hipnotismo,
el
poeta le amonesta.
Murmurando
por lo bajo,
se
da, sin embargo, la vuelta,
con
un pensamiento amargo:
“Pero
sigues siendo hermoso
bravo
o con mansedumbre.
Tu
susurro me seduce,
tu
bravura me enloquece...
Si
eres espejo, me acunas,
y con
olas, me transportas
a la
cima de las cumbres”
“¡No
hay razones para mí!
…
porque siempre vuelvo a ti!”
Águilas,
17 de agosto de 2013.